miércoles, 23 de junio de 2010

La incondicionalidad exasperante

El descanso dominical tras una ardua semana laboral había llegado en el Edén, donde Juan y Jorge habían arribado, en diferentes momentos, tras el deceso terrenal. Como cada domingo, se sentaban a tomar el té, hábito que Juan había incorporado de Jorge quien se rehusaba a tomar mates. En este jardín, donde el tiempo no corría para ellos, fue donde se desprendieron del patronímico cuyo único rol era singularizar a los hombres; algo que fastidió inicialmente a Jorge.
Como siempre, las charlas eran un tanto pendencieras entre estos interlocutores. El disenso era ineludible y el escarnio desde las dos partes, habitual. Incluso los seudónimos eran eufemismos belicosos; Juan lo llamaba “Maestro”, y Jorge le replicaba con un frío “General”. Aun así, muchos concubinos celestiales disfrutaban sentarse con ellos y escucharlos.
—Las tiranías fomentan la estupidez, siempre lo afirmé —atacó Jorge.
—Vamos Maestro, ¿no va a seguir insistiendo con lo del despotismo? —pregunto Juan contrariado —. Me resulta paradójico que me cuestione, sabiendo que apoyó a la peor generación de genocidas.
—Ya lo dije una vez, y se lo vuelvo a repetir: Rafael salvó al país de la ignominia.
El jardín respiraba un clima tenso; sin embargo, con la intención de seguir ajenos a la conversación, todos mantuvieron la compostura ante esta atroz declaración.
—Por favor Jorge Luis —protestó Juan, en un tono un poco elevado, al momento que la multitud reunida se sobresaltaba; era la primera vez que se refería a él con tanta distancia y frialdad —. Usted sabe perfectamente que varios de los aquí presentes no estarían, sino fuera por ese miserable.
Inmediatamente, lágrimas poblaron las mejillas de varios hombres torturados y asesinados por el engendro con bigote; hombres que habían recuperado la identidad perdida al momento de llegar, y eran otra vez Carlos, Esteban, Sofía. En simultáneo, el tiempo se puso negro, y la lluvia comenzó a caer sobre varias ciudades argentinas.
—Mantenga la decencia por favor, no es necesario que levante la voz —contesto Jorge pasivamente.
Pero, la conversación ya se había tornado incómoda. Juan se encontraba muy irritado por la respuesta. Rápidamente se levantó y lo miró indignado.
—Usted ha llevado su antiperonismo al peor de los extremos; su testarudez no le permite reflexionar críticamente sobre la verdadera dictadura —dijo antes de marcharse.
—Sin embargo el General es usted —alcanzó a reprochar Jorge con sarcasmo.
Juan ya no se dio vuelta, y siguió caminando. Buscando la paz en algún otro rincón del jardín.

miércoles, 9 de junio de 2010

Prólogo o capítulo introductorio

Sumido en la más exasperante pasividad, el individuo se mantiene reclinado en el sillón mirando hacia el aparato, hacia la nada. Los ojos irritados, colorados como los de un niño en temporada estival, tras horas en la pileta, reflejan la emotividad emergente ante una nueva ola de inseguridad en el país; está cansado y la impotencia le vuelve a ganar.
Consume cada día una amplia variedad de medios, para estar informado. Lejos de mejorar, su visión parece cerrarse cada vez más; “¿Cómo no reaccionás? ¿No ves que te lo están mostrando?”, recita cual si fuera su eslogan.
Finalmente, la indignación colma su paciencia. La metamorfosis está casi completa, y fijándose la meta de cambiar el mundo, la criatura sale a transformar la realidad con las mismas herramientas que el enemigo le brinda. Pero lo que no sabe, es que su accionar contribuye a la causa: inconscientemente reproduce los vestigios que conforman su síndrome.
El hombre masa, se propaga en su ignorancia.

martes, 8 de junio de 2010

La soledad

El sentido gregario del ser humano lo ha permitido desarrollarse, vivir en un mundo mejor; pero también lo ha condenado a sufrir las más terribles variedades de soledad, la imposibilidad de pasar mucho tiempo solo sin sufrir por el aburrimiento o alguna otra complicación, que el simple hecho de estar con otro te permite olvidar.
Asimismo, se ha dado el lujo de ser de dos clases: física o mental; cada una con sus respectivos subgrupos y sus correspondientes síntomas. Por ello, este amplio espectro imposibilita el hallazgo de una solución ya sea en conjunto, o a cada categoría por separado; y para no vivir eternamente en esa situación, la vida nos cruza diariamente unos a otros, para cambiar de tema y olvidarnos aunque sea un rato.
La soledad física, obviamente, salta a la vista: el simple hecho de estar solos nos lleva, en el transcurso del tiempo, a una desesperación y una ansiedad que nos carcome por dentro; incluso acrecentados por los pensamientos que nos invaden. Algunos dirán que es bueno, pero en exceso está comprobado: es nocivo.
Por otra parte, la del tipo mental o psicológica, es a veces más traumática. Una idea u opinión personal, que no absorba el consentimiento de alguien más, no sólo nos puede ofuscar e irritar por no poder prevalecer intelectualmente (sin ser discriminador, ni autoritario), sino que también nos puede causar la más terrible humillación.
Quizás por eso Roberto Carlos quería tener un millón de amigos, ¿quién sabe? Por lo pronto, una ración justa y consistente será el salvavidas que nos liberé de la locura y su fiel aliada: la soledad.
Aplaudamos todos juntos al sentido gregario.

Ponencia de Luis A. Velasco. Héroe colombiano, que estuvo diez días a la deriva en una balsa tras naufragar su barco, y psicólogo recibido de la Universidad de Bogotá, durante un congreso en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Buenos Aires.

El derrumbe simbólico

Un cambio geográfico siempre implica una variación en la esencia, pero que no se confunda, la mutación nunca es súbita. Tampoco es radical ¿Sin embargo cómo se explica uno la distorsión en su persona, cuando todo el sistema en el que está inmerso se viene abajo?

Gast nació bajo el manto socialista de la República Democrática Alemana, siendo hijo del mítico Jürgen Sparwasser, autor del gol de Alemania Oriental a la República Federal, separada por el muro, en el mundial del ’74. En este sentido, el fútbol y el socialismo empaparon su vida, y la marcaron por donde se la mirara; incluso su abuelo fue el fundador del club Karl Marx Stadt, participante de la Oberliga, perteneciente a la Nación del este.

Su vida fue signada por el régimen socialista y la cortina de hierro, paradójicamente encarnada en el defenestrable Muro de Berlín. De esta manera, durante toda su infancia cuestionó y asimiló la situación política que lo rodeaba, abocándose a encontrar respuestas desde la “edad de los por qué”.

Con más dudas que certezas, cumplió los primeros quince años de su vida el nueve de noviembre de 1989. No obstante, su aniversario fue opacado por el ruido de los primeros picos y mazos, que se estrellaron reiteradamente contra el hormigón que los condenaba. No implicaba que se negara a demoler el paredón, que no deseara la unificación. Para nada.

Pero él sabía lo que conllevaba esta destrucción; a pesar de ser todavía chico, era consciente de la dirección que estaban tomando las cosas: el capitalismo estaba logrando imponerse, absorbiendo la ideología profesada por Alemania Oriental.

Desde ese momento, el origen etimológico de su nombre calzó a la perfección en su existir; Gast significaba huésped, forastero, y nunca se sintió tan extraño, ajeno a la doctrina que en ese entonces comenzaba a imperar en el mundo contemporáneo.