miércoles, 25 de agosto de 2010

Capítulo III: Raciosimio y las rutinas

Si bien no se produce una repetición inflexible de actividades sin sentido, la vida de esta aberración creada por la mano imperialista, reitera su proceder diario en una escala más general. Sedado por la rutina de su vida e idiotizado por la reproducción mecánica de su obrar; una repetición que inicia en los lazos asimétricos que el sistema le impone y éste recibe dócilmente, y se propaga hasta en su ingesta favorita: los medios masivos.
Acostumbrándose poco a poco a su quehacer diario, el instinto lo va desbordando y la similitud con el resto de los animales, lo vuelve objeto de análisis de los etólogos mediáticos; especuladores y calculadores, los grandes propietarios ven cómo se simplifica la tarea del estudio del mercado.
El vacío, emerge en Raciosimio y lo empuja a la necesidad de transitar una vida refritada, calcada de la sociedad de los hombres masa; el sinsentido es eufemizado en cada ocupación que este ser elige. Curiosamente, lo que parece ser su motor, es el temor al vacío, pero al otro, el que sí conoce (o eso cree): el miedo a lo que ignora.
La vorágine en la que vive lo encadena cada vez más a la espiral de la rutina, engañando al aburrimiento con una oferta de elecciones banales, que se simplifican en el zapping más absurdo, condenado a la perdición, al silenciamiento y la autocensura.
El modelaje finaliza, Raciosimio ha aprendido cuál es la forma de actuar. Finalmente logra apropiarse de la vida eterna prometida por los profetas mediáticos: el presente continuo.