viernes, 30 de marzo de 2012

Capítulo VIII: Raciosimio y los haraganes

Convencido de su rol como intelectual orgánico (aunque está clarísimo que él no se define así, porque no sabe ni quién es el italiano, ni qué dice; ni la más mínima idea), actúa de manera inversa; bajando inconscientemente, desde la cúpula en donde los titiriteros operan, consignas para transformar y domar a las bases, tratando de quitarles poco a poco su identidad “revolucionaria”.

Así, generando el antibiótico con el cual marchita su conciencia social, va dando lugar a esos conceptos predigeridos –con los que también enfrenta a Raciocinio-, que ponen el foco de la lucha bien lejos de los dueños de La Verdad.

Surgen entonces, esos estereotipos[1], que potencian al remedio contra su síndrome gregario. Raciosimio, en su cuarentena habitual disfrazada de zapping, da forma a la tesis que termina de romper todo tipo de relación con su entorno. Curiosamente elige un sinónimo de “masa” y entonces habla de “esa manga de vagos”. Y ahí, en esa frase, los encierra a todos: manifestantes, piqueteros, “esos” los de los planes sociales, todos; ninguno escapa a su criterioso ojo, que con forma de dedo señala y señala a mansalva.

Por supuesto, termina siendo englobado por su propia definición; Raciosimio es un vago, que elige repetir por sobre comprender.