sábado, 24 de julio de 2010

Capítulo II: Raciosimio y la amistad

Raciosimio no comprende el vínculo de la amistad, desde el cual los individuos se relacionan perdiendo la condición de tales, conformando un lazo meramente afectivo sin finalidad puntual. No lo entiende. Para él no existe la relación desinteresada y prefiere hablar desde la perspectiva economicista, que la define como producto del contrato social: el amiguismo.
Totalmente circunstancial, esta conexión es percibida en términos netamente coyunturales, gobernados por un sistema que se encarga de domesticar a sus súbditos, profiriéndoles como máxima, la medición de las relaciones a partir del uso inmediato para el beneficio propio. La hipocresía maneja los hilos en una sociedad fragmentada en su masividad. Incluso se ha preocupado por despedazar las barreras del tiempo y el espacio, banalizando aún más las ligazones entabladas.
El hombre masa se ríe del afecto real, generado más allá de las exigencias inminentes. Lo señala con su dedo y lo condena al fracaso inevitable; se preocupa constantemente por frustrarlo. ¿Qué más se podía esperar? Asume plenamente el legado de su doctrina aislante.
Por supuesto, el mantenimiento de las relaciones establecidas por Raciosimio se limitan a una simple demostración de interés (obviamente, continuando en la visión economicista) que cubra la dosis mínima necesaria. De nuevo, las tecnologías contribuyen a esto: tiempo y espacio ya no son obstáculos a la hora de alimentar el amiguismo.
El ser humano ajeno a la perspectiva materialista de la amistad, ha resistido estoicamente durante su existencia las trabas que esta nefasta concepción le ha impuesto; no hay que ser muy lúcidos para darse cuenta de la automatización del diálogo que ha producido. “Bien ¿y vos?” es el reflejo instintivo a una pregunta cada vez más superflua, que el hombre masa a tergiversado para su provecho como prefacio de sus intereses encubiertos.
Sólo hay que aprender a salirse del libreto.

lunes, 5 de julio de 2010

Capítulo I: Raciosimio y los estereotipos

En esta época signada por el individualismo, Raciosimio insiste en homogeneizar a través de estereotipos la sociedad en la que se ve inmerso. Consume la realidad tan agobiante, detrás del vapor del café que le empaña los lentes; se ha acostumbrado tanto que ya no precisa malgastar servilletas en limpiarlos y prefiere esperar que se sequen solos.
Del otro lado, la venta no va tan mal. La rotulación ha sido disparada ante millones de retinas similares a las del Hombre Masa y lo que sigue es un simple mecanismo de reproducción exponencial, de las relaciones que defienden los mercenarios de la información.
La suerte está echada y el mundo de las grandes marcas ha logrado su objetivo, desbordándose para poder nominar hasta a la subjetividad. Sólo así podrá etiquetar las colectividades, unidas por los lábiles lazos del particularismo. “A pisar cabezas” se ha dicho.
Cree que ya ha visto suficiente, que su sensibilidad ya absorbió lo necesario, por lo que decide lavar su taza y salir al encuentro de la cruel realidad, la rutina (ineludible en la vida del ser masivo) no es capaz de proporcionarle otra salida. El desayuno le ha brindado el alimento necesario para nutrir sus emergentes recelos; el prejuicio es la piedra angular, capaz de sustentar la estigmatización escondida en las etiquetas de las poderosas firmas.
La naturaleza con la que reproduce el discurso que ha digerido, pero no masticado, parece transformarlo en un intelectual. Una palabra tras otra, comunica lo que compró; aunque hable de su familia o de lo linda que es su secretaria, el sentido hegemónico subyace en cada uno de sus términos.
Es claro que Raciosimio no advierte la despiadada metáfora que su vida le presenta día a día; lo que él no sabe, es que lo que tiene empañado es su sentido crítico. Y para eso no hay servilleta que valga.