lunes, 4 de octubre de 2010

Capítulo IV: Raciosimio y sus semejantes

Como no podía ser de otra manera, la ley de la selva rige en esta comunidad de caníbales mediáticos engendrados por lo efímero. No se puede subir al techo –que cada vez se arquea más bajo- sin enterrar bien profundo en el barro la cabeza del prójimo.
-¿Prójimo? -pregunta Raciosimio; claro es una palabra muy “progre”, que por suerte el “palito de abollar ideologías” –inmejorable definición de Miguelito- logró erradicar. “Socio” y “afiliado” son los apelativos presagiados por un sistema que sin fin de lucro de por medio, prefiere evitar el lazo afectivo.
En esta sociedad ermitaña, se elige hablar de “próximo”, como construcción netamente interesada, como obra de la inmediatez; la instantaneidad regula todas las relaciones en esta manada, donde gobierna el que más fuerte grita.
Lo que no saben los Hombres Masa, es que la intensidad de lo que se dice poco importa a quienes detrás de bambalinas encausan el mundo. A partir del reflejo instintivo, el discurso se propaga entre estos seres que se disputan las sobras de un festín al que no son invitados.
De esta manera, funcionales al régimen, se tornan seres pasivos, intrascendentes; aunque inconscientemente incuban el germen que renueva el ciclo: la esquizofrenia brota y se dispersa de manera descontrolada. Desconfianza y especulación conforman la amalgama que caracteriza las relaciones de esta comunidad.
Es así, como los dueños de la verdad y el universo, forjan una bestia que sólo ellos pueden manipular, que sólo ante ellos se muestra dócil; tampoco debe olvidarse, que al fin de cuentas, este dios creó al hombre a imagen y semejanza.

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