martes, 8 de junio de 2010

El derrumbe simbólico

Un cambio geográfico siempre implica una variación en la esencia, pero que no se confunda, la mutación nunca es súbita. Tampoco es radical ¿Sin embargo cómo se explica uno la distorsión en su persona, cuando todo el sistema en el que está inmerso se viene abajo?

Gast nació bajo el manto socialista de la República Democrática Alemana, siendo hijo del mítico Jürgen Sparwasser, autor del gol de Alemania Oriental a la República Federal, separada por el muro, en el mundial del ’74. En este sentido, el fútbol y el socialismo empaparon su vida, y la marcaron por donde se la mirara; incluso su abuelo fue el fundador del club Karl Marx Stadt, participante de la Oberliga, perteneciente a la Nación del este.

Su vida fue signada por el régimen socialista y la cortina de hierro, paradójicamente encarnada en el defenestrable Muro de Berlín. De esta manera, durante toda su infancia cuestionó y asimiló la situación política que lo rodeaba, abocándose a encontrar respuestas desde la “edad de los por qué”.

Con más dudas que certezas, cumplió los primeros quince años de su vida el nueve de noviembre de 1989. No obstante, su aniversario fue opacado por el ruido de los primeros picos y mazos, que se estrellaron reiteradamente contra el hormigón que los condenaba. No implicaba que se negara a demoler el paredón, que no deseara la unificación. Para nada.

Pero él sabía lo que conllevaba esta destrucción; a pesar de ser todavía chico, era consciente de la dirección que estaban tomando las cosas: el capitalismo estaba logrando imponerse, absorbiendo la ideología profesada por Alemania Oriental.

Desde ese momento, el origen etimológico de su nombre calzó a la perfección en su existir; Gast significaba huésped, forastero, y nunca se sintió tan extraño, ajeno a la doctrina que en ese entonces comenzaba a imperar en el mundo contemporáneo.

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